domingo, 6 de septiembre de 2009

Sobre recuerdos de infancia, compañeros de colegio y mierdas de esas

Trabajar de cara al público tiene sus cosas. Buenas y malas, como en todas partes.

Buenas: conoces gente, mantienes conversaciones interesantes, entran muchachas en la librería, el día a día siempre es un poco diferente porque entran personas diferentes, etc.
Malas: aguantas faltas de respeto y algún insulto (no suele pasar, pero cuando pasa es para recordar), tienes que ver como el imbécil entra día sí, día también en la librería y tratarlo con el respeto que no se merece, etc.

Y hay cosas que no son buenas ni malas: acabas conociendo a mucha gente de vista y un paseo por la ciudad es un continuo "hola", "bones" y cabeceos de cabeza.

Y existen los reencuentros con personas que hacía años que no veías. Como antiguos compañeros de colegio...

Todo esto viene a que hace unas semanas entró en la librería un antiguo compañero de colegio. De EGB (cuando existía eso de la EGB). No lo reconocí al entrar y tuvo que identificarse él. Los consabidos "qué tal", "cómo pasa el tiempo" y las preguntas de rigor sobre la vida personal. Mientras le atendía le entró un ataque de nostalgia. Y a mí me inquietó. Es que no soy muy dado a la nostalgia. El pasado está atrás y no me interesa. Bastante tengo con mi presente y los próximos cinco minutos de vida. Pero él parecía una persona que gran parte de su tiempo lo gastaba en recordar la vida en el colegio, los veinte años y cuando tenía esperanzas de tener algo parecido a una vida. "Entonces sí que lo pasábamos bien", "¿Te acuerdas de aquel profesor?", "Y cuando...". Yo fingía un interés en recordar todo eso supongo que por respesto a su entusiasmo por los ocho años. Hasta que me lanzó una mirada que pretendía complicidad, me dio un pequeño golpe en el hombro y dijo:

- ¿Y te acuerdas de las palizas que te pegaba en el patio del colegio?

Y carcajada junto con un brillo de nostalgia por aquellos buenos años en los que me acorralaba en una pared y me daba una somanta hostias que acababan con mi cabeza dando vueltas y el estómago cerca de los tobillos.

Y me averguenza reconocer que no supe reaccionar. Le di la vuelta, le dije adiós y le vi marchar. Sólo entonces mi cerebro empezó a llenarse de ideas.

1. Darle una hostia.
2. Darle una hostia y una patada en los huevos.
3. Saltar encima del mostrador, darle una patada en la cara para que se le salten los dientes, saltar dando una voltereta, agarrarle del pelo y estrellarle la nariz contra el mostrador. Darle la vuelta, puñetazo, puñetazo, puñetazo. Graparle la lengua a la frente y meterle por el culo la trilogía entera de Larsson. Luego obligarle a leer enterita y en una tarde la obra entera de Paulo Coelho. Sí, reconozco que esto último es infinitamente cruel, pero estaba cabreado.
4. Decirle que no le veo la gracia ni la nostalgia en recordar las palizas a un niño gordo en el patio del colegio.
5. Explicarle los problemas de relación, la inseguridad y bla bla bla, que en un niño crea el acoso escolar y que para los adultos todo se resuma en "cosas de críos".
6. Darle una hostia tras hostia.
7. Decirle que su hermana era una puta a la que todo el mundo se la follaba por cien pesetas (que no sé si es verdad, pero era un rumor que corría por aquel entonces). Y darle una hostia, claro.

Naturalmente no hice nada porque cuando pasan estas cosas, no reaccionamos a la velocidad deseada.

Pero me dejó una sensación a ceniza en la boca (y no es agradable aunque sea fumador) y la cabeza llena de recuerdos del colegio. Porque, vamos a ver, quizá sea exagerado. Ya sabemos que no nos podemos fiar de estos procesos químicos que se llaman recuerdos ya que todo está entre nieblas, es subjetivo y deformante, pero mi recuerdo de mi paso por el colegio, o por lo menos de unos años, es éste:


Aunque reconozco que gran parte de la culpa es mía. Es que a mí se me pegaba muy bien. De verdad. Resultaba agradable. Creo que hasta erótico. Las ganas que me tenían todos aquellos niños (y alguna niña) de rebentarme los morros tenía algo de peregrinación y de odisea. Algo en mis feromonas inducía a la patada, a la bofetada y al insulto. Incluso habían venido niños de otros colegios a pegarme atraídos por mi fama. Los mayores decían a los pequeños que tenían que pegarme. Era como una especie de rito de iniciación en el patio del colegio. Pegar al Jorge se convirtió durante una temporada en deporte casi olímpico.

Con el tiempo aprendí a defenderme. A lanzar mesas a la cara. Dar patadas en la boca del estómago. Asfixiar. Morder. Y dar hostias. Muchas hostias. Pim Pam Pum. Tyler Durden hubiese estado orgulloso de mí. Cuando aprendí a dar y a dar bien, las cosas se calmaron. Eso y hacerme inseparable e indispensable de los más duros de mi cole. Deberes a cambio de protección. Me parecía un trato justo. Y las cosas se fueron calmando hasta que un gilipollas entra en una librería a comprar una mierda de libro sobre cómo aprender a cocinar para su mujer y me lo recuerda todo. Sobre todo aquella temida frase de

- A las cinco te esperas.

Que creo que es el colmo del cinimos. Como muy bien reflexionó Arancha, encima de que te van a pegar te tienes que esperar.

Recreación de lo que eran las cinco de la tarde en el patio de mi colegio.
Lo que me hubiera gustado ser Charles Bronson aquella época.

Pero no fue agradable. La sensación de peligro, el desear llevar una navaja en la maleta, la media hora del recreo alejado de pelotas, piedras y matones. La complicidad de las niñas con los músculos, las risas en la clase, los "estás muerto", los "hoy te dejaré con vida" y las persecuciones hasta casa de mi abuela. La única manera de sobrevivir fue llenarme de humor, paciencia y pensar que todo esto acabaría.

Y acabó. Y luego todo se convierte en recuerdo y puedes hablar de ello con humor, con distancia y con frialdad.

- Pues todo esto ha sonado muy resentido, Jorge.
- Joder, es que lo estoy.

Nota: Todo esto pasó antes de entrar en el instituto y descubrir que el humor, la humillación verbal y la ironía es mucho más efectivo con los matones que un par de tortas. Descubrimiento que hice el día en que el chulito intentaba crecerse ante cuatro chicas a costa de meterse conmigo y al final, lancé un suspiro y le dije que como se notaba que era virgen y no estaba acostumbrado a estar con mujeres, porque en cuanto había olido pelo de chocho de buen tipo había pasado a perfecto gilipollas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El pobre necessitava recordar-te que algun dia es va sentir millor que tu. Ara compra llibres de cuina i recorda el passat. Pobre xaval...

Simple Jack dijo...

La clave en este tipo de cosas, creo yo, es evitar en toda medida posible el resentimiento. Sí, ocurrió, pero está ahí y ya ha pasado mucho tiempo y las cosas han cambiado. Yo también tengo algunos recuerdos así de EGB, quizá no al extremo que tú explicas, pero sí de un nota que la tomó conmigo desde bien pequeño y que estuvo dando por culo prácticamente hasta octavo. Encima era un abusón, porque tenía un año más que yo y era bastante más voluminoso. Se llamaba Tomás Hernández y supongo que su gran trauma era tener cara de retrasado y que su hermano fuera deforme. Como siempre, no estaba solo, sino que solía ir acompañado de una camarilla -también de repetidores- e incluso a veces de gitanos. En fin, aquello fue lo que fue y no le guardo ningún resentimiento -a pesar de que un día me puso morado el ojo y otro me frió el cuello a collejas jugando al sopapo-, y habida cuenta de que quizá hoy día ya haya muerto de sobredosis. Pero nada de resentimiento. El resentimiento es como un cáncer. No vale la pena y todo eso.

Ahora bien, la situación que comentas es bien distinta. Resulta que un nota llega, te suelta el rollo nostálgico y luego te explica las palizas que te daba, sin tener la empatía suficiente como para pensar que quizá a ti no te hacían tanta gracia o no las recuerdas con tanto cariño. En fin, en este caso hablamos de un absoluto imbécil al cual el paso de los años no le ha hecho ningún bien. Hace poco tuve la oportunidad de disfrutar de una cena de EGB, a manos de un sublime nostálgico que se quedó paralizado en 1989, y tuve la oportunidad de constatar al menos dos cosas:

-Cuando se acaban de contar las batallitas del cole, te encuentras frente a una serie de personas que son en esencia unos completos desconocidos.

-Algunas de estas personas son verdaderamente insoportables.

Como experimento no está mal. Sin embargo, dudo que alguna vez lo repita de nuevo.

Girl From Lebanon dijo...

Y no te dió pena de él...entonces se creía el gallo del corral, atemorizando al personal, y ahora no será mas que otro capullo como todos, con un trabajo que no le gusta, una hipoteca, y una mujer con la que vete tu a saber por qué se casó...

Bss!!!

Casteee dijo...

Mira por donde tu también te has encontrado a excompañeros (aunque mi experiencia fue mejor :P)...

Bah, tu excompi quería recordarte que un día fue un "machito", porque ahora será un calzonazo..., yo solo digo que esperemos que no haya una próxima vez que lo vea pero si la hay no te quedes con las ganas^^

Besitos

comunllum dijo...

Pues yo lo que creo es que es el mismo el que quería recordarse cuando "fué alguien". Vivo reflejo de "lo poco" que debe sentirse ahora.

Ni siquiera hace falta odiarle ni tenerle rencor. Ya lo hace el mismo.

Jorge dijo...

No penséis que vivo resentido. Al contario, hay demasiadas cosas buenas en mi vida como para irme mordiendo los puños por las noches pensando en el colegio. Pero la desfachatez y el descarto de ese tipo... pues me tocó las pelotas... esa "inocencia" por el tiempo pasado... la madre que lo trajo.

Bruixa: agradable tornar a sentir la seva veu. Pobre xaval... si... realmente crec que es va quedar en aquells anys.

Simple Jack: no me veo en una cena de ex-alumnos ni para experimentar. Completamente de acuerdo con su reflexión. No piense que soy un resentido... ni de lejos... (entre nosotros, me hizo gracia acabar la entrada así).

Lebanon: pena no, pero sí el reconocimiento que el tiempo me ha tratado mucho mejor a mí.

Casteee: ya lei tu reencuentro. La próxima vez, que espero que no haya, algo le soltaré.

Albert: Lo dicho, ni odio ni rencor. Sólo paso por su forma nostálgica de recordar unas palizas.