lunes, 10 de mayo de 2010

Domingo de flims o pinículas

Ayer llegamos a la casa sobre las cinco y media. Habíamos comido en casa de mis padres y habíamos conseguido como resultado de un consentido expolio las sobras de la comida (buena carne asada), unos yogures y una enorme manta que era mía por derecho de nacimiento. Cuando estábamos a punto de llegar al piso le pregunté a A. qué le apetecía hacer.

- Me apetece ponerme en el sofá y ver una peli y no hacer nada más.

Y eso hicimos.

Me puse delante de la dvdteca y pregunté a A. si quería ver algo en especial. Me dijo que no, que lo que fuera. Miré, miré y miré. Un melodrama. Uno de las pocas películas que me gustan de ese género. Narciso negro (Black Narcissus, 1947) de Michael Powell y Emeric Pressburger. Me gusta esta película. Una historia de monjas en la India, pero que se aleja de la típica historia de unas monjitas cuidando pobres y lo majas que son. Aquí nos encontramos con una historia de represión, de secretos, de rencores, de recuerdos que se hacen dolorosamente vivos, de amores callados y de locura.


Me fascina el color de esta película (bueno, el color de todas las películas de Powell y Pressburger), obra de ese mago que era Jack Cardiff. Los paisajes y trucajes. Los ojos de Deborah Kerr, el baile de Jean Simmons y ese final con unos planos que acercan la película al cine de terror.

Acaba ésta. A. prepara una merienda a base de tostadas, mantequilla y mermeladas caseras.

- ¿Qué hora es?
- Las siete y media.
- ¿Ponemos otra?
- Venga.

Para ese momento A. ya se había traído una manta.

The Haunting, Robert Wise, 1963. Cine de terror. Impresincible. Y una de las películas más influyentes en el cine de terror. Sería a las casas encantadas lo que Romero hizo con el cine de zombies, o Michael Mayers al cine de psicópatas mata adolescentes/canguros/novios/quien se ponga por medio. Vamos, que todo nació de aquí. Un científico contacta con un grupo de personas receptivas para un experimento sobre la posibilidad de demostrar científicamente que lo paranormal existe. Para eso se van a pasar unos días a una casa considerada encantada y maldita por las muertes que en ella se han sucedido. Ya sé que todo esto os suena a más que manido.


Pero en vez de encontrarnos con fantasmas que matan, con paredes que chorrean sangre, con sustos avisados por la música, The haunting nos regala una maravilla de los que se conoce como terror psicológico donde la investigación es lo de menos y donde lo que importa es la fantástica composición de los actores y el ambiente que se va creando poco a poco. Porque para conseguir el terror realmente es necesario muy poca cosa, pero bien utilizada. Un pomo que gira, un papel en la pared que parece una cara, unos golpes, unas risas en el momento justo, el frío, y unas buenas interpretaciones.


No hay misterio. No hay resolución. Quedan preguntas en el aire. Sugestión. La casa es malvada. Y el adjetivo asqueroso para dar forma de palabra a la sensación de que la casa te está mirando. Al ver esta película uno se da cuenta de la influencia que ha tenido porque sin ella Stephen King no habría escrito nunca El resplandor y Amenabar con su Los otros y Bayona con su Orfanato no habrían sabido a quien plagiar. Y, además, creo que uno de los grandes aciertos de esta películas es hacer una historia de fantasmas sin que se vea en ningún momento un sólo fantasma. Mis secuencias: Julie Harris bailando alrededor de la estatua, el frío que atormenta a las dos protagonistas en la habitación con un pomo que gira, y ese apretón de manos ante algo que parece una cara en la pared y la ascensión por la escalera de caracol.


Y una bellísima Claire Bloom, el único personaje con el que según dijo A., uno se liaría para pasar más entrenida la noche y pasar de los fantasmas.

- Porque el del bigote es un pesado y el otro es un gilipollas. Y ésta te promete que una noche con ella y te transformas en otra persona. Y, además, es que está buena.

Totalmente de acuerdo con A. Es una mujer de muy buen gusto.


Acabamos. Son las nueve y media.

- ¿Qué? ¿Nos ponemos otra?
- Venga.
- ¿Un policíaco de los setenta?
- Dale.

Y así fue. Marathon Man, John Schlesinger, 1976. La historia de un chico corriente metido en una historia que le viene muy grande con antiguos nazis, agencias secretas, diamantes, sangre, asesinatos y tiroteos. Muy entretenida. Aparece Dustin Hoffman y un enorme Laurence Oliver disfrutando con su papel de "El ángel blanco", dentista reciclado en director de Austwitch y que tiene una de las más espeluznantes escenas de tortura de la historia del cine.


Para lo que no saben inglés, lo que Laurence Oliver repite una y otra vez es "¿Están a salvo?". Naturalmente, Dustin Hoffman no tiene ni idea de lo que está hablando.

Un entrenido thriller de acción, sombrío, pesimista, bien interpretado, bien construido aunque siempre me deja una pequeña sensación de ligero artificio. Eso sí, me despertó la curiosidad por leerme la novela homónima de William Goldman, un señor al que considero un poco pesado y crecido en sí mismo, pero como escribió La princesa prometida casi que hasta se lo perdono.

Las doce. Vámonos a dormir.

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