jueves, 7 de octubre de 2010

Nota al... al... ¿dónde?

Hace unos días comentaba con una representante de un distribuidor cómo el prestigio editorial que hace unos años tenían editoriales como Anagrama o Tusquets (de las que se decía aquello de si lo publica A. o T. seguro que es bueno), se ha transferido y dividido a otras y por otras editoriales como Periférica, Libros del Asteroide, Blackie Books, EsPop, Melusina, Dolmen Books, Ático de libros, Funambulista, etc. (de las que ahora se dice aquello de "si lo publica P., L.A., B.B., etc seguro que es bueno). El público lector no es el mismo que el de hace veinte años, ha subido una generación joven que como la de antes ha buscado una editoriales en las que identificarse con su fondo y lo ha encontrado en unas editoriales pequeñas, jóvenes y arriesgadas que optan por lo inédito, por la recuperación de clásicos (así se ahorran los derechos de autor, que hay que pensarlo todo), por lo underground y alternativo (¿por qué no me creo esta palabra?) o por lo que parece underground y alternativo, pero que en verdad no lo es. También es verdad que estás afinidades son cada vez menos electivas y más pasionales porque el lector es menos fiel, aparecen nuevas editoriales cada dos o tres días con propuestas interesantes y estimulantes y la que hasta hace unos días era una gran editorial, ahora lo es otra. Hasta parece que en el mundo editorial todo es rápido, todo tiene que ser nuevo, todo tiene que ser innovador.

Pero me estoy hiendo por las ramas. Hablábamos de todo esto con la representante y le comenté que creo que el merecido prestigio de estas pequeñas editoriales no sólo se debe a que han sabido conectar con toda la nueva generación de lectores en busca de estímulos literarios diferentes. También, y esta es mi tesis, se debe a que han recuperado un elemento del objeto libro que estaba en desuso y que las grandes corporaciones editoriales habían ido eliminando poco a poco en favor de una reducción de costes. ¿El qué?


Nuestro querido amigo y vecino el margen. 

Este elemento tipográfico de la página que había ido desapareciendo de los libros supongo que para reducir costes (poco a poco conseguimos una página más) y por editories que vivian traumatizados por aquella frase que oían en el colegío de "Gutiérrez, deje margen a la derecha, no lo pegue todo a la página que no se puede leer. Hala, te suspendo la redacción". Y Gutiérrez miraba con odio a su profesora de lengua y pensaba, "verás, verás, un día seré editor de una importante multinacional y se acabarán los márgenes... verás si se puede leer... si no leen así no leerán... ja ja ja".

El margen... tan desprestigiado, pero tan necesario para una lectura más calma, más clara y agradable. Para llenarlos de reflexiones que produce la lectura, con dibujitos que no son más que correlatos del profundo aburrimiento, para dejar respirar a la líneas y no tener que abrir un libro doscientos cincuenta grados para leer el principio de la frase.
Y esta recuperación del margen demustra un cariño al libro como objeto que las grandes editoriales han ido perdiendo. Y algunas de las pequeñas. Os propongo que vayáis a cualquier librería y pilléis el fantástico libro de Yuri Hererra que ha publicado la editorial Periférica Señales que precederán al fin del mundo y lo abráis en cualquier página. ¡Qué maravilla! Las líneas respiran, las palabras ocupan el papel, pero permiten espacios de libertad al lector. Coged ahora una edición de un libro de bolsillo de Anagrama y tenéis un 60% de posibilidades de encontrarlo todo apretujado, con mala tipografía, con líneas pegadas y dolor de cabeza. O el ejemplo más demencial, la joven editorial Ambar y su colección de bolsilo. Una orgía de líneas que ocupan la página de extremo a extremo que obligan a abrir y casi romper el libro para poder leer.

Realmente cada vez estoy más convencido que a las grandes editoriales cada vez les preocupa menos el libro. Malas encuadernaciones, capítulos que desaparecen, hojas que caen, errores tipográficos, faltas de ortografías o pésimas traducciones. Y, por tanto, cada vez sienten menos respeto por el lector al que se considera como ese ser que se lo traga todo. Lo más gracioso es que luego estos grandes grupos se quejan de la disminución de ventas y prestigio . Es que lo quieren todo. 

La editorial pequeña viene a ocupar este espacio de respeto hacia el libro como objeto y hacia el lector. Te puede gustar más o menos su línea editorial, los libros que publican, si piensas que es pose o verdadera convicción, etc, pero no se niega un buen trabajo (hay excepciones, que no todas las pequeñas trabajan bien... no nos pongamos papistas, ni todas las grandes lo hacen todo mal que también hay que decirlo aunque sea en un parétensis) hasta que crezcan, se acomoden, quieran más dinero y se inicie una decadencia que coincidirá con el nacimiento de nuevas pequeñas edioriales.

Como dijo aquel, es el circo de la vida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tú lo has dicho, es el circo de la vida. Gracias por mencionarnos en el post.

José Pons Bertran
Melusina

Apatico 2005 dijo...

Qué ironía... mi editorial favorita de los últimos tiempos es "Minúscula". En chiquitito pero bien espaciado...

Todo esto no es más que el síntoma de lo que somos a ojos de muchos: consumidores. Y como los consumidores no somos personas, ¿qué más da cómo se traduzca, encuaderne...? Si al fin y al cabo sólo somos números de la VISA.

maldoror dijo...

Lástima "Jorge mil matices..." que en tu post del 7 de octubre olvidases algunos nombres de otras pequeñas editoriales (pues no están todas las que son,,,) Claro que no se pueden citar todas, pero ¿por qué casi siempre citáis las mismas tú y los demás...?
Te pasamos la pag. web de MALDOROR ediciones por si quieres conocerla.
www.maldororediciones.eu

Por MALDOROR ediciones
Jorge Segovia
Director literario

nota bene: Por cierto, ¿para qué año los "ilustres" blogueros de este país y sus colegas de los suplementos literarios (igual de ilustres) piensan hacer crítica de los libros o autores publicados (inéditos en este país de cucaña ) como novedades en formato digital...?
¿¡De qué hablamos...?