domingo, 30 de septiembre de 2012

En un cuadro impresionista

Ayer llovió en Igualada. Mucho. Y, claro, no tenía paragüas. Por lo que al salir de la tienda y para evitar que se me mojaran las gafas, odio mucho las gotas de lluvia en los cristales, me las quité y las guardé en el bolsillo de la chaqueta. Saltito, saltando, de charco en charco y evitando que me sacaran un ojo con alguna varilla descuidada o me mojaran los pantalones algún hijo de puta motorizado con el culo seco, llegué a la puerta de casa. Ya imaginaba el recibimiento egoísta de los gatos y las ganas de encerrarme en la cocina a preparar algo de comer. Sacó las llaves, echo mano al bolsillo de la chaqueta y... las gafas no están.


Y empieza el ritual del que ha perdido algo y sabe donde lo puso: insistir, palpar, golpear. Empezar a buscar en otro lugares donde no se ha puesto ni se ha podido poner (se incluye bolsillos traseros de los pantalones y huevera). Y recorrer camino de vuelta, claro. Deshacer los pasos para ver si se encuentran. Lloviendo y sin ver una mierda porque de repente el mundo que me rodea se ha convertido en un cuadro impresionista. Y a mí el impresionismo... Las gafas no aparecen y vuelvo a casa cagándome en todo.

Vamos, que desde ayer al mediodía veo una mierda y todo lo que tengo delante de los ojos aparece como en bruma. Ver una película es imposible porque aparecen bultos que hablan, pero distingo los personajes. El ordenador ya ni te cuento... devoluciones a ciegas. Palpando y confiando en la memoria táctil para saber dónde están las teclas del ordenador.

¿Podrías coger las que tienes de repuesto en el coche? No, porque no tengo coche, no conduzco y no tengo gafas de repuesto para ponerme. Me toca esperar al día libre para ir a hacerme unas gafas nuevas. Hasta entonces, achinando los ojos e hiendo por el mundo con dignidad. Si me veis por la calle y no saludo, no es que me haya vuelto más borde lo habitual, es que no veo un pijo. Y eso que Igualada esta repleta de estos.

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