miércoles, 3 de octubre de 2012

Un breve momento de conexión

Veo, veo, veo, veo y soy feliz... como decía aquella. Gracias al enorme corazón de Debora, la óptica que me atendió, y de la pena que le di por ir andando con los ojos achinados y en una absurda nebulosa de contornos difuminados, ya tengo gafas nuevas y el mundo vuelve a presentarse ante mí como lo que es: un lugar asqueroso con algunas cosas buenas. Veo y la mala leche de tres días de nubosidad variable desaparece y vuelvo a ser el mismo tipo malcarado de siempre.

Pero no quería hablar de esto, sino de un hecho cotidiano y nimio que me ha dado que pensar... poco, no demasiado y de forma superficial... vale, no he pensado nada es que no se me ocurría otra cosa de la que escribir. A. y Jordi ya se conoce la historia, pero intentaré ponerle detalles nuevos para que no se aburran.

Esto ocurrió el lunes por la mañana. Aun no tenía las gafas nuevas por lo que mi mundo era un continuo de manchas borrosas. Cosa extraña, estaba en el mostrador. Supongo que había ido a buscar unas impresiones o a llevar unos encargos. Sea como sea, no fue ni el destino ni la providencia lo que hizo que estuviera allí cuando ella entró en la tienda.

Imagino que era una muchacha joven y atractiva aunque para mí solo era una figura borrosa y sin contornos. De cabello rubio aunque bien podría ser pelirrojo claro. Piel pálida o máscara. Tímida y con un punto de inseguridad que imagino que a alguno tipos les pone. En verdad, no sé como era, solo intuirla, pero con los milagros que hace el potochop cualquiera se fía. Hasta podría ser un tío.


Le doy los buenos días y le pregunto qué quiere. Ella hace algo con las manos y los contornos que configuran su cara se mueven. Busca un libro. Le digo que ha ido al sitio apropiado y pienso que debo dejar de decir esa frase. Me pide el libro, se lo busco, lo encuentro y se lo llevo. Ella con algo que parece una sonrisa, confirma que es el libro que busca. Lo paso por la caja y le digo el precio. Ella busca en su bolso y de repente...

Un extraño silencio. Uno de esos silencios que se palpan y se siente. Que están vivos y si tuviéramos mayor espectro de visión los veríamos aparecer entre dos personas, bajarse los pantalones y decirnos, ¿y ahora qué?

Nos miramos a los ojos. ¿Qué había pasado?


Un gilipollas interrumpiendo y poniendo fotitos que no vienen al caso, eso es lo que ha pasado. Pero en la tienda no pasó un ángel porque lo hubiéramos detectado. Era algo más y no sabía qué. ¿Encontraba el precio demasiado? ¿Acababa de recordar que tenía el libro encargado en otra parte? ¿Ha encontrado un dedo humano dentro del bolso? ¿Tengo un moco reptante colgando de la nariz y estoy a punto de tragármelo? ¿Ella es acaso la hija del ganadero de Tijuana que juró vengarse por lo que sucedió en aquel fin de semana memorable que empezó con la frase, no mama, si hoy no salgo? ¿Tensión sexual unidireccional no resuelta?

No. Porque al momento lo entendí. Un olor fuerte, acre y algo nauseabundo emergió de los abismos hasta mis fosas nasales. Un pestazo que se desprendía de ella y se dirigía hacia mí.


No dejábamos de mirarnos a los ojos aunque creo que yo la miraba más a la ceja porque me costaba enfocar. Yo sabía que ella se había cuescado. Ella sabía que yo lo sabía. Y yo sabía que ella sabía que yo lo sabía. El olor era cada vez más fuerte y nausebundo. Se colaba por mis fosas nasales y transmitía falsos recuerdos de fosas comunes, animales en descomposición y desechos químicos en mal estado a mi maltrecho cerebro. Empezaron a picarme los ojos y un par de palomas y un albatros murieron al sobrevolar el mostrador.

Pero no mostré ni una emoción. Mi rostro se convirtió en esa máscara de estolidez aprendida en tantos spaguettis-westerns y en la figura de Robert Mitchum con un cigarrillo atravesado y agarrando una pistola. Creí intuir una mirada en ella que decía algo como, no digas nada, por favor. Acabamos la transacción comercial y ella salió con gran dignidad de la tienda y yo me quedé con su recuerdo.

¿Por qué pasó esto? ¿Acaso se repetía aquella historia del tipo que se tiró un pedo en mi cara y se rió? No lo creo. Creo que en este caso se debió más a la relajación del esfinter. A un momento de armonía entre el cuerpo y el entorno donde el primero se relaja y pasa lo que pasa. Algo natural, lo sé, pero que por un momento conectó a dos desconocidos en un silencio incómodo. Y en una sociedad cada vez más materialista, pasiva e inhumana, estos pequeños momentos de conexión se deben valorar.

2 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Debo de tener una risa especial para esto, porque se me ha acercado mi contrario a preguntarme si estaba leyendo chistes de pedos, jejeje :)
ains, jejeje.
besotes!!!

Jorge dijo...

Me pasa lo mismo con las viejas que se caen... sé que es cruel, pero me hacen mucha gracia.