martes, 9 de julio de 2013

De tiendas

Hace unos días A. me regaló unas camisetas. Me puse muy contento porque necesitaba camisetas y, además, eran de la Liga de la Justicia, lo que siempre es un punto a favor. Me las pruebo. Una me iba bien. La otra, no. Eran de la misma talla, pero la segunda además de irme muy justa, era de color blanco por lo que trasparentaba panza y pezones en una versión algo extraña de una película erótica de los setenta. Después de que A. me dijera que dejara de ponerme sexi, buscamos el ticket de caja y quedamos que al día siguiente iríamos a cambiar la camiseta.

Y sí, soy uno de esos que odian irse a comprar ropa. Acompañar, acompaño bien, pero comprar ropa para mí me supera y acabo de mala hostia. Soy de esos que entran, un vistaza y lo primero que les gusta, para casa. Nada de probarme más cosas o mirar en más tiendas. Al grano, lo que quiero es salir lo antes de aquí y largarme a desayunar, seguir con la novela de misterio o pasear disfrutando de este bendito calor del verano.

Pero el jueves allí estaba, en la tienda de ropa queriendo devolver una camiseta. Empezamos a mirar, pero todo era tallas que iban desde lo pequeño a lo muy pequeño pasando por lo quién se pone eso. Conviene aclarar que no estaba pidiendo una carpa de circo o sesenta metro de licra. La clásica XXL para muchachos de huesos fuertes, amplias espaldas y piernas recias que hace años, muchos años, encontraba en todas las tiendas de ropa. Tampoco era que los diseños fueran gran cosa, pero había una con la imagen de tío Gilito que era graciosa. Buscamos, buscamos, pero nada. A. encuentra una que quizá, pero es de los Red Hot Chilli Peppers y le digo que no, me sentiría hipócrita llevando una camiseta de un grupo musical que no escucho

Así que al final le preguntamos a uno de los dependientes si tienen tallas más grandes.

Silencio y una mirada. Como si me hubiera pillado sodomizando a su madre mientras un enano chino vestido de tirolesa le va introduciendo gusanos carnívoros por la nariz.

- Aquí no - dice tras unos segundos donde se crearon y murieron universos, civilizaciones, tiranos, esperanzas y tres conejitas de Playboy -. Quizá en el almacén, pero no es seguro.

Hay un cruce de miradas, vuelven los segundos de silencio hasta que el dependiente se rinde y dice algo así como "voy a mirar".

A. y yo damos vuelta por la tienda. "¿Y unos pantalones?", pregunta A. "Vale, no tengo pantalones". Y miramos. Nada, claro. "¿Este?". "Está bien, pero ¿no lo ves justo?". "No...".

Hacemos un acto de fe y me voy con él al probador.

- Está lleno - me dice otro de los dependientes.

A esperar. Y esperar. Y esperar. Nadie sale de la zona de probadores y a nadie dejan entrar. Miro para un lado, miro para otro y me fijo en lo triste de la expresión de cada uno de los dependientes. Un uniforme horrible, una mierda de sueldo y ese hilo musical cada día de la semana. Espero y mientras estoy plantado compongo una ópera bufa de aires wagneriano, recito el Gilgamesh con voz de falsete y calculo densidades de partículas utilizando palillos de dientes. Al fin, cuando mi cordura empieza a pender de un hilo y me empizo a plantear ponerme a dieta para poder ponerme la mierda camiseta, el dependiente se me queda mirando y me dice "ya puede pasar" con una inquietante sonrisa en los labios.

Más inquietante aun cuando en todo el rato que llevaba esperando nadie había salido de la zona de probadores.

Entro en uno. Un enorme espejo me recibe. Hago el típioc baile sexi mientras me desnudo lanzando miradas terriblemente sensuarles al espejo. Para que se entretengan los de seguridad. Me pruebo unos pantalones y sí... ufff... vale... un poco justos. Miro la talla. Sí, es la misma talla que los pantalones que llevo y estos me van bien. Lo vuelo a intentar. Nada. ¿Cómo es posible? A lo mejor es que lo hago mal y he olvidado como ponerme unos pantalones así que no cejo en mi empeño, pero nada. Ni de coña. No entran. Dos pantalones de la misma talla. En uno entro y en el otro mis piernas tienen problemas de corte en el riego sanguíneo. Lo dejo estar y me dedico a seducirme ante el espejo. O sí, nene, sí, sí.

Salgo del probador. El primer dependiente sale unos veinte minutos después del almacén. Se me planta delante, me mira de arriba a abajo.

- No, lo he mirado en el almacén y no tenemos. ¿Sabes que pasa? Que tallas taaaaaaaan grandes como esa aquí no vendemos.

Para que entendierais las ganas que me entraron de hacerle conocer su interior, graparle el pene a la frente, presentarle al gordo cabreado que llevo dentro arrancándole la cabeza, arrancarle un brazo a mordiscos y golpearle con él hasta que me recite en ruso un poema de Espronceda, tendríais que haber escuchado esa "a" alargada cuando dijo "tan".

- Así que no hay nada.
- Nada, no. Aquí no. No. Lo siento. No tenemos esas tallas. No, de verdad que no.
- Vale.
- Lo siento, pero no.

Y se fue a atender a una adolescente de pantalones cortos dejándome en mitad de la tienda con una camiseta que no me iba bien y pensando qué demonios voy a hacer con ella.

FIN

- Joder, cómo se ha puesto.
- Es un quisquilloso.
- Y la historia no daba para mucho, la verdad.
- Se pone así porque odia ir de tiendas.
- Odia tantas cosas. 
- Algún día tendrá que madurar.

1 comentario:

Mara Oliver dijo...

Lo de las tallas es una vergüenza y la diferencia de una tienda a otra es alucinante, pero los dependientes snobsgilisimiescos parece que sí que los hacen de fábrica y todos igualitos, grrrr
un abrazote!!!